24 agosto 2006

Elementos personalísimos

Oda al pelapapas
Vivimos rodeados de miles de artefactos que nos maravillan y hacen más confortable la vida.
Cotidianamente la creatividad o perspicacia del ser humano nos da cosas deslumbrantes.
Todos, cada tanto, nos encandilamos con la admiración hacia el desconocido que descubrió cómo dominar el fuego, tal vez a veces pensamos en el que descubrió la levadura que permite hacer el pan, símbolo de necesidad primaria satisfecha con placer y alegría; el, mentira, ella que inventó el pantalón (que cortajeó con la lengua pa'l costado unos tientos de cuero mientras toda la aldea pensaba y/o decía "Pirula está majareta", y sufrió como una condenada para hacer los agujeritos y pasar el tiento para que "esa cosa" que hoy cotidianamente disfrutamos tuviera la forma y la confortabilidad de un pantalón)
¿Cuántas se podrían agregar? Tal vez la lamparita eléctrica y el empecinamiento de Edison; el cuchillo de cocina, que permite picar finito el ajito pa'l tuco y sacarle la grasa a la tira de asado; el abrelatas, utensilio (je!, homenaje a Oski y César Bruto: utensillo) trágico en su destino, gracias a su falta Rasmussen, Pestufessen o quién haya sido murió en medio de la Antártida (¿o era el Ártico?) sin llegar al Polo Sur, o Norte, que da lo mismo, que te cagás de frío mal, y encima tenés una pila de latas de ¿arvejas, tomates, palmitos, champignones al verdeo y trufas del Savoy, carne de ciervo macerada al Marsala con uvas al chocolate de Sttuteldorf) y no las podés abrir y te morís de hambre y frío… otra que Tántalo.
Según qué comunidad, esos elementos cotidianos son especiales. En mis tierras argentas (y guarda, no estoy usando la contracción despectiva del exilado a las Uropas, sino el antiguo original equivalente a plateadas) el mate, junto con la bombilla y la pava para calentar el agua para preparar el primero son especialísimos.
Todos estamos de acuerdo con que el cepillo de dientes es absolutamente personal e intransferible. Cuenta la leyenda que el Gran y Verdadero Amor se demuestra cuando no queda más remedio que compartir el cepillo de dientes y la cara de asco es mínima.
En el mismo nivel, está el mate y la bombilla, dupla que replica el gracioso encuentro entre mujer y hombre (¿no resulta llamativo que el mate, pasivo y receptivo, sea masculino a pesar de su femineidad ovular, y la bombilla, larga, enhiesta, firme ella, sea esperméticamente masculina, avanzando y penetrando en la blanda y receptiva yerba contenida por el mate?; pido disculpas al amigo/a no heterosexual por imágenes que pueden resultar discriminativas, pero uno percibe el universo desde uno mismo, supongo que habrá imágenes equivalentes en otras opciones de género)
Pero, ¿y qué del olvidado y nunca reconocido utensilio que salva tantas vidas del despilfarro, como el pelapapas?
El pelapapas no tiene el reconocimiento del sacacorchos, herramienta imprescindible si la hay (puede ser reemplazado por la combinación tenedor-cuchillo, más una especial y sutil técnica que pocos alcanzan con grado de maestría, o la menos eficaz pero también capaz de resolver el problema de botella de vino a las 3 de la mañana entre amigos y cómo abrirla sin herir la majestad del elixir contenido, del ubicuo destornillador, tampoco no cualquier destornillador).
En sus distintas variantes, el sacacorchos es utilizado, con mayor o menor pericia. Tal vez el entrenamiento destapabotellas ayude a la no discriminación, pero todos tenemos nuestro modelo preferido. Personalmente, me inclino por los de tipo "hombre que abre los brazos", mientras mi hija lo abomina, por facilongo frente al tradicional que pliega la punta palanquera y el tirabuzón (no puedo negar su particular sensibilidad a los detalles de buen gourmet, sensibilidad de la que carezco)
Pero el pelapapas es otra historia. Una primera división, que casi repite tradición vs. innovación, es la de cuchillo contra pelapapas. Pero, salvo milenios de práctica diaria pelando papas, el cuchillo genera una cantidad de papa adherida a la cáscara que, personalizando, en mi caso se convierte en escandaloso despilfarro. Aparte está la cuestión del cuchillo, ya que no todo cuchillo puede realizarlo eficazmente.
Por caso, esos cuchillos berretones con serruchito, excelentes para un churrasco medio durón, son incompatibles con la calidad que merece una buena papa pelada, sea ésta para el puré, papas hervidas o la excelsitud en papas, fritas o al horno. Estrían la papa, haciéndole perder uniformidad, que en el caso del puré resulta insignificante al momento de comer, ¿qué queda de la forma original papal en un puré?, pero la distorsión introducida en una buena porción de papas fritas o al horno es casi inadmisible.
Sospecho que, en ese último caso, ha frustrado la concreción de posibles futuras parejas ante el horror que provoca papas fritas bastón con una de sus caras estriadas. Casi tan perturbadoras frente a la capacidad de mancillar manjares como el soportar unos chorizos a la pumarola al que se le agregó un cubito de caldo.
Así, para el pelado de papas a cuchillo, además de la pericia del/la pelador/a, está el instrumento. En general, los mejores son esos cuchillos grandes, afilados, que se reservan para la gran solemnidad de cortar una buena pieza de carne al horno o un sibarítico asado a las brasas (rodeado de pastito, por supuesto, así sea dentro de un protegido quincho, ideal en días de invierno, en donde el frío puede agriar el disfrute, ¿se puede comer en total placidez un suculento asado con los pies fríos, no quita el placer inherente a la ceremonia asadíl?); pero para los no expertos acarrea la posibilidad casi certera de varios cortes, extirpación de importantes porciones de carne de dedo (que no son muy apreciados cuando quedan integrados a la ensalada rusa o a las papas con huevo duro y mayonesa, o pior de piores, a las sencillas pero delicadamente sutiles papas con aceite y vinagre, tal vez para los más sensibles, me incluyo, reemplazando el vinagre de vino por el vinagre de manzana o incluso el delicado jugo de limón (delicado para estos menesteres, sé que resulta contradictorio balsamar con aceite de oliva a las suculentas papas y degradar la unción con jugo de limón, pero…) Hay quienes, ¡Oh sabiduría intransferible!, han logrado conseguir esos pequeños cuchillitos, sospecho que desarrollados para carnear ardillas, ratitas blancas o ranitas, con filo perfecto, cómodos a la mano, livianos y ágiles, pero que incrementan la posibilidad de automutilación si no se ha desarrollado con calma y paciencia a lo largo de los eones la pericia para reconocer su brava peligrosidad.
¿Solución al drama de milenios de entrenamiento en el uso del cuchillo idóneo para el arte del pelado de papas?:
El inefable pelapapas.
Pero, a pesar de que aparentemente las variantes existentes no son tantas ni tan diferentes como en el caso del sacacorchos, tienen sus imperceptibles diferencias.
Seguro, justamente por esas mínimas diferencias, es donde la personalización de tan sabio instrumento se destaca.
Quienes hemos tenido la suerte o desgracia de una vida errante, que hemos recalado en los más variopintos ámbitos para poder tener un lugar acogedor (a veces no) para pasar nuestras necesarias noches de reposo y meditación, hemos sufrido el drama del uso del pelapapas despersonalizado.
Aunque no lo registremos, la elección del pelapapas que reemplazará al ya desgastado que nos ha acompañado durante tantas jornadas es una decisión tan difícil y dura como la del mate o la bombilla que, ya vencidos, debes ser retirados. No tanta, ya que su duración es mucho mayor, incluso la pava, que completaría el trío matero, que puede ser reemplazado sin mayor escándalo por el termo, pero siempre, la pava es la pava.
En esa elección del pelapapas ideal, el lugar más cómodo es el supermercado. Aun del mismo fabricante, contradicciones de la producción en masa, no todos son idénticos. Pequeñas variaciones en el afilado, las matrices, flexibilidad de la parte cortante, grosor de la empuñadura, hacen a la identificación y asimilación personalizada de tan valioso instrumento.
Por supuesto, en cuanto a variedad, siempre son mejores los bazares, pero existe el inconveniente de poder comparar distintos productos frente a la exasperada mirada del atendiente (¿existe el término "bazarero", tal como existe "almacenero"?).
Si, ya sabemos que una de las actividades humanas que más desarrollan la paciencia sumada a expresiones de hartazgo indisimulables es la del vendedor de zapatos, El atendedor de bazar (muchas veces reemplazado por la sabiduría del ferretero; cuando no hay bazar, la ferretería resuelve casi cualquier necesidad) se aproxima a ese dechado de paciencia que es el vendedor de zapatos. Eso de estar pidiendo uno y otro modelo de pelapapas, retornar a uno ya examinado, sopesarlo, pasarlo por los pelitos del dorso de la mano para comprobar suavidad de deslizamiento y filo, empuñarlo para quitar los hoyuelos que a veces portan las papas, deducir si pelará tan bien papas como batatas, zapallo, berenjenas o remolachas; si soportará usos impensados para su función (¿nunca usaron un pelapapas para sacar astillas de madera un domingo a las 3 de la mañana, hacer un agujero en alguna pared de yeso blanda que justo necesitaba el diámetro que el pelapapas porta como atributo, sacar un jumper de un mother y no encuentran la maldita pinza que hace un rato tenían sobre la rodilla, y tantas otras posibilidades?)
Así que, ahora, reconocimiento público:
¡Salve pelapapa, salva vida, dedos y papas fritas para inhabiles!

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

:-) Ya podemos dejar comentarios.
Ahora solo decir le que prosiga.

5:29 p. m.  

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