11 septiembre 2006

Dune: Casa Atreides - Capítulo Uno

Transmisión de la Cofradía Espacial a la corporación mercantil galáctica Combine Honnete Ober Advancer Mercantiles:
"Nuestra responsabilidad específica en esta misión extraoficial ha consistido en explorar los planetas deshabitados con el fin de encontrar otra fuente de la preciosa especia melange, de la cual tanto depende el Imperio. Hemos documentado los viajes de muchos de nuestros Navegantes y Pilotos, que han inspeccionado cientos de planetas. Sin embargo, hasta la fecha no hemos obtenido el menor éxito. La única fuente de melange que existe en el Universo Conocido sigue siendo el planeta desierto de Arrakis. La Cofradía, la CHOAM y todos los demás elementos dependientes han de seguir sujetos al monopolio de los Harkonnen.
"No obstante, el esfuerzo de explorar territorios lejanos en busca de nuevos sistemas planetarios y nuevos recursos da sus frutos. Las exploraciones detalladas y los mapas orbitales contenidos en las hojas adjuntas de cristal riduliano serán de suma importancia comercial para la CHOAM.
"Tras haber cumplido con las especificaciones pactadas en el contrato suscrito previamente, solicitamos a la CHOAM que deposite la cantidad acordada en nuestra sede oficial del Banco de la Cofradía de Empalme."




"A su Alteza Real el emperador Padishah Elrood IX, regente del Universo Conocido:
"De su fiel súbdito el barón Siridar Vladimir Harkonnen y Señor Supremo de Giedi Prime, Lankiveil y planetas aliados.
"Señor, permitidme una vez más que reafirme el compromiso de serviros con lealtad en el planeta desierto de Arrakis. Durante los siete años posteriores a la muerte de mi padre, me avergüenza decir que mi incompetente hermanastro Abulurd ha permitido que la producción de especia se redujera. Las pérdidas de equipo han sido elevadas, y las exportaciones han descendido a niveles abismales. Debido a la dependencia del Imperio de la especia melange, esta coyuntura podría acarrear graves consecuencias. No dudéis que mi familia ha tomado medidas para rectificar tan infortunada situación: Abulurd ha sido relegado de sus funciones y deportado al planeta Lankiveil. Se le ha retirado su título de nobleza, aunque es posible que algún día reclame el gobierno de algún distrito.
"Ahora que la supervisión directa de Arrakis depende de mí, permitidme que os dé mi garantía personal de que utilizaré todos los medios necesarios (dinero, dedicación y mano de hierro) para conseguir que la producción de melange alcance o exceda nuestros anteriores niveles de producción.
"Como ordenásteis sabiamente, la especia ha de fluir."




La melange es el elemento económico primordial de las actividades de la CHOAM. Sin esta especia, las reverendas madres de la Bene Gesserit no podrían llevar a cabo sus gestas de observación y control humano, los Navegantes de la Cofradía no podrían localizar senderos seguros a través del espacio, y millardos de ciudadanos imperiales morirían debido al síndrome de abstinencia. Cualquier necio sabe que tal dependencia de una sola sustancia degenera en abusos. Todos corremos un grave peligro.
Análisis económico de pautas de circulación de materiales de la CHOAM

El barón Vladimir Harkonnen, esbelto y musculoso, estaba inclinado hacia adelante, al lado del piloto del ornitóptero. Escudriñó con ojos negros como arañas a través del cristal cóncavo, al tiempo que su olfato percibía el olor de la arena y el polvo omnipresentes.
Mientras el ornitóptero acorazado volaba a considerable altura, el sol blanco de Arrakis arrancaba reflejos de las arenas infinitas. La visión de las dunas, que rielaban debido al calor del día, hirió sus retinas. El paisaje y el cielo eran de un blanco cegador. Nada procuraba solaz al ojo humano.
Un lugar infernal.
El barón ardía en deseos de regresar a la placidez industrializada y la complejidad civilizada de Giedi Prime, el planeta central de la Casa Harkonnen. Tenía mejores cosas que hacer en el cuartel general de la familia, situado en la ciudad de Carthag, y sus gustos exigentes anhelaban otras diversiones.
Pero la recolecta de la especia tenía prioridad absoluta. Siempre. Sobre todo cuando se había declarado una huelga tan salvaje como sus rastreadores habían informado.
En la atestada cabina, el barón estaba repantigado con aire de confianza absoluta, indiferente a las oscilaciones producidas por las turbulencias de aire. Las alas mecánicas del ornitóptero batían rítmicamente, como las de una avispa. El cuero negro de su peto se ajustaba a la perfección sobre sus pectorales bien desarrollados. Adentrado en la cuarentena, era atractivo, con un punto de fanfarronería en sus facciones. Llevaba el pelo rojodorado cortado y peinado siguiendo instrucciones precisas, para que destacara su característico pico de viuda. El rostro del barón era lampiño, los pómulos altos y bien esculpidos, A lo largo de su cuello y mandíbula destacaban unos músculos muy pronunciados, dispuestos a deformar su cara en una expresión arisca o en una dura sonrisa, según las circunstancias.
–¿Cuánto falta?
Miró de reojo al piloto, que estaba dando señales de nerviosismo.
–El lugar se encuentra en las profundidades del desierto, barón. Todo indica que se trata de una de las concentraciones de especia más rica jamás excavada.
El aparato se estremeció cuando se pasaron sobre un afloramiento de lava negra. El piloto tragó saliva y se concentró en los controles del ornitóptero.
El barón se relajó en su asiento y reprimió su impaciencia. Estaba satisfecho de que el nuevo tesoro estuviera a salvo de ojos inquisidores, lejos de funcionarios imperiales o de la CHOAM que pudieran llevar registros engorrosos. El senil emperador Elrood IX no tenía por qué saber nada sobre la producción de especia de los Harkonnen en Arrakis. Gracias a informes falseados con sumo cuidado y a libros de cuentas manipulados, por no hablar de sobornos, el barón contaba a los supervisores extraplanetarios tan sólo lo que quería que supieran.
Pasó una fuerte mano por el sudor que perlaba su labio superior, y luego ajustó los controles de la cabina del ornitóptero para gozar de una temperatura más fresca y un ambiente más húmedo.
El piloto, nervioso por tener a su cargo a un pasajero tan importante y de carácter tan tornadizo, aumentó la velocidad. Echó un vistazo a la proyección cartográfica de la consola, y estudió los contornos del terreno desierto que se extendía hasta perderse de vista.
Tras haber examinado las proyecciones cartográficas, su escasez de detalles desagradó al barón. ¿Cómo podía alguien orientarse en aquel planeta desierto? ¿Cómo era posible que un planeta tan vital para la estabilidad económica del Imperio apenas hubiera sido cartografiado? Otro fallo de su débil hermanastro menor, Abulurd.
Pero Abulurd se había ido, y el barón estaba al mando. Ahora que Arrakis es mío, pondré todo en orden. En cuanto regresara a Carthag, pondría gente a trabajar en trazar nuevos mapas y planos, si los malditos Fremen no mataban una vez más a los exploradores, o destruían los puntos cartográficos.
Durante cuarenta años este mundo desierto había sido el cuasifeudo de la Casa Harkonnen, un acuerdo político garantizado por el emperador, con la bendición de la poderosa CHOAM. Aunque sórdido y desagradable, Arrakis era una de las joyas más importantes de la corona imperial, en virtud de la preciosa sustancia que proporcionaba.
Sin embargo, tras la muerte del padre del barón, Dmitri Harkonnen, el viejo emperador había concedido el poder, debido a alguna deficiencia mental, al blando Abulurd, que había logrado arruinar la producción de especia en sólo siete años. Los beneficios cayeron en picado, y perdió el control por culpa de los contrabandistas y el sabotaje. Caído en desgracia, el muy imbécil había sido depuesto y exiliado sin título oficial a Lankiveil, donde ni siquiera él podía perjudicar demasiado a las actividades balleneras que se desarrollaban en el planeta.
En todo el Imperio, Arrakis (un infierno que algunos consideraban un castigo más que una recompensa) era la única fuente conocida de la especia melange, una sustancia mucho más valiosa que cualquier metal precioso. En este mundo sediento valía incluso más que su peso en agua.
Sin especia, los viajes espaciales serían imposibles... y sin viajes espaciales, el Imperio se derrumbaría; La especia prolongaba la vida, protegía la salud y añadía vigor a la existencia. El barón, que la consumía con moderación, agradecía sobremanera la sensación que le producía. Claro que la melange, por otra parte, era ferozmente adictiva, lo cual mantenía su precio alto...
El ornitóptero acorazado sobrevoló una cordillera que parecía una mandíbula rota llena de dientes podridos. A lo lejos, el barón vio una nube de polvo que se extendía como un yunque hasta el cielo.
–Eso son los trabajos de recolección, barón.
Ornitópteros de ataque semejantes a halcones aparecieron como puntos negros en el cielo monocromo y se precipitaron hacia ellos. El comunicador sonó, y el piloto envió una señal de identificación. Los defensores, mercenarios con la orden de mantener alejados a merodeadores indeseables, describieron un círculo y adoptaron una posición protectora en el cielo.
En tanto la Casa Harkonnen alimentara la ficción de progreso y beneficios, la Cofradía Espacial no tenía por qué enterarse de ningún hallazgo de especia. Ni el emperador ni la corporación de comercio galáctico CHOAM. El barón se quedaría la melange y aumentaría sus ya enormes depósitos.
Después de los años de decadencia de Abulurd, si el barón conseguía al menos la mitad de lo que era capaz, la CHOAM y el Imperio notarían una inmensa mejora. Si les contentaba, no repararían en sus considerables tejemanejes, nunca sospecharían la existencia de sus reservas secretas. Una estratagema peligrosa, si era descubierta... pero el barón sabía cómo tratar a los ojos curiosos.
Mientras se acercaban a la nube de polvo, sacó unos prismáticos y enfocó las lentes de aceite. La ampliación le permitió ver la fábrica de especia en funcionamiento. Con sus gigantescos neumáticos y enorme capacidad de carga, la monstruosidad mecánica era increíblemente cara, y valía todos los solaris que costaba su mantenimiento. Sus excavadoras expulsaban polvo rojizo, arena gris y astillas de pedernal a medida que ahondaban y levantaban la superficie del desierto, en busca de la aromática especia.
Unidades terrestres móviles recorrían la arena destripada en las vecindades de la fábrica, hundían sondas bajo la superficie, recogían muestras, trazaban el plano de la vena de especia sepultada. En el cielo, maquinaria más pesada transportada por ornitópteros jumbo daba vueltas, esperando. En la periferia, aparatos de observación recorrían de un lado a otro las arenas, con vigías a bordo concentrados en divisar señales de gusanos. Cualquiera de los gigantescos gusanos de arena de Arrakis podía engullir todo el complejo.
–Señor barón –dijo el piloto al tiempo que le pasaba el comunicador–, el capitán de la cuadrilla de trabajo desea hablar con vos.
–Soy tu barón. Ponme al corriente. ¿Cuánta habéis encontrado?
El capitán contestó con voz hosca, por lo visto indiferente a la importancia del hombre con quien estaba hablando.
–Hace diez años que dirijo cuadrillas de especia, y este depósito supera todo cuanto había visto hasta ahora. El problema reside en que está enterrado a una gran profundidad. Por lo general, los elementos dejan al descubierto la especia, y así la encontramos. Esta vez se halla muy concentrada, pero...
El barón sólo aguardó un momento.
–Sí, ¿qué pasa?
–Aquí está sucediendo algo extraño, señor. En los aspectos químicos, quiero decir. Hay dióxido de carbono que se filtra desde abajo, una especie de burbuja formada bajo nuestros pies. El recolector está excavando a través de capas exteriores de arena para acceder a la especia, pero también hay vapor de agua.
–¡Vapor de agua!
Era algo inaudito en Arrakis, donde la proporción de humedad del aire era mínima, incluso en el mejor de los días.
–Tal vez hemos topado con un antiguo acuífero, señor, sepultado bajo una capa de roca.
El barón jamás había imaginado que se encontraría agua bajo la superficie de Arrakis. Consideró la posibilidad de explotar un curso de agua a base de venderla a la población. Eso irritaría sin duda a los mercaderes de agua existentes, que ya se estaban dando excesivos aires de importancia.
Su voz de bajo retumbó.
–¿Crees que está contaminando la especia?
–No lo sé, señor –dijo el capitán–. La especia es una materia extraña, pero nunca había visto un yacimiento semejante. No parece... normal.
El barón miró al piloto del ornitóptero.
–Ponte en contacto con los rastreadores. Pregunta si han localizado señales de gusanos.
–No hay señales de gusanos, mi señor –dijo el piloto al ver la respuesta en la pantalla. El barón observó gotas de sudor en la frente del hombre.
–¿Cuánto tiempo lleva ahí abajo el recolector?
–Casi dos horas normales, señor.
El barón frunció el entrecejo. Ya tendría que haber aparecido un gusano.
Sin darse cuenta, el piloto había dejado abierto el sistema de comunicaciones, y el capitán de la cuadrilla confirmó la circunstancia por el altavoz.
–Nunca habían tardado tanto, señor. Los gusanos siempre vienen. Siempre. Pero algo está pasando ahí abajo. Los gases van en aumento. Se huelen en el aire.
El barón absorbió el aire reciclado de la cabina y detectó el olor almizclado a canela de la especia bruta recogida del desierto. El ornitóptero se encontraba sólo a unos cientos de metros del principal recolector.
–También hemos detectado vibraciones subterráneas, una especie de resonancia. No me gusta, señor.
–No te pagan para que te guste –replicó el barón–. ¿Es un gusano profundo?
–No creo, señor.
Examinó los cálculos estimados que transmitía el recolector de especia. Las cifras obnubilaron su mente.
–Lo que estamos obteniendo de esta excavación equivale a la producción mensual de mis demás yacimientos.
Tamborileó con los dedos sobre su muslo.
–Sin embargo, señor, sugiero que nos preparemos para recogerlo todo y abandonar el yacimiento. Podríamos perder...
–De ninguna manera, capitán –dijo el barón–. No hay señales de gusanos, y casi has recogido la carga de toda una factoría. Si lo necesitas, te bajaremos un recolector vacío. No voy a abandonar una fortuna en especia porque te estés poniendo nervioso... sólo porque tengas una sensación extraña. ¡Ridículo!
Cuando el jefe de la cuadrilla intentó abundar en su punto, el barón le interrumpió.
–'Capitán, si eres un cobarde nervioso, has escogido mal la profesión y la Casa que te da empleo. Continua.
Cerró el comunicador y tomó nota mentalmente de despedir a aquel hombre lo antes posible.
A más altura flotaban los transportadores preparados para recoger el recolector de especia y a su tripulación en cuanto apareciera un gusano. Pero ¿por qué tardaba tanto? Los gusanos siempre protegían la especia.
La especia. Saboreó la palabra en sus pensamientos y sus labios.
La sustancia, rodeada de supersticiones, existía en una cantidad desconocida, como un cuerno de unicornio moderno. Por otra parte, Arrakis era tan inhóspito que nadie había descubierto todavía el origen de la melange. En la inmensa extensión del Imperio, ningún explorador ni prospector había encontrado melange en ningún otro planeta, ni nadie había logrado sintetizar un sustituto, pese a siglos de intentos. Desde que la Casa Harkonnen detentaba el gobierno de Arrakis, y por lo tanto controlaba toda la producción de especia, el barón no deseaba que se desarrollara un sustituto o se encontrara otra fuente.
Cuadrillas del desierto expertas localizaban la especia, y el Imperio la utilizaba pero, por lo demás, los detalles no le concernían. Siempre existía riesgo para los trabajadores, el peligro de que un gusano atacara demasiado pronto, de que un transportador se estropeara, de que una factoría de especia no -fuera izada a tiempo.
Tormentas de arena inesperadas estallaban con sorprendente velocidad. Las cifras de bajas y de pérdidas de equipo eran abrumadoras... pero la melange pagaba casi cualquier coste, ya fuera en dinero o en sangre.
Mientras el ornitóptero describía círculos a un ritmo constante, el barón estudió el espectáculo industrial. El sol abrasador se reflejaba en el casco polvoriento de la factoría de especia. Los rastreadores continuaban surcando el aire, mientras vehículos terrestres iban tomando muestras.
Todavía no se veían señales de ningún gusano, y cada momento que pasaba permitía a la cuadrilla recoger más especia. Los trabajadores recibirían bonificaciones, excepto el capitán, y la Casa Harkonnen se enriquecería todavía más. Los registros serían tergiversados más adelante.
El barón se volvió hacia el piloto.
–Llama a nuestra base más cercana. Ordena que preparen otro transportador y otra factoría de especia. Esta vena parece inagotable. –Bajó la voz–. Si aún no ha aparecido ningún gusano tal vez haya tiempo...
El capitán de la cuadrilla de tierra volvió a llamar, retransmitiendo en una frecuencia general desde que el barón había cerrado su receptor.
–Señor, nuestras sondas indican que la temperatura se está elevando en las profundidades... ¡Un pico drástico! Algo está pasando ahí abajo, una reacción química. Además, uno de nuestros grupos de exploración terrestre acaba de toparse con un nido de truchas de arena.
El barón gruñó, furioso con el hombre porque se había comunicado mediante un canal no codificado. ¿Y-si espías de la CHOAM estaban escuchando? Además, a nadie le importaban las truchas de arena. Aquellos animales gelatinosos que vivían bajo la arena eran tan irrelevantes para él como un enjambre de moscas alrededor de un cadáver abandonado.
Tomó nota mental de castigar al hombre con algo más que despedirle y negarle la bonificación. Debió ser Abulurd en persona quien había elegido a ese bastardo acojonado.
El barón vio las diminutas figuras de los exploradores avanzar por la arena, correteando como hormigas enloquecidas por vapor ácido. Corrieron de vuelta hacia la factoría de especia principal. Un hombre saltó de su vehículo incrustado de arena y se precipitó hacia la puerta abierta de la enorme máquina.
–¿Qué están haciendo esos hombres? ¿Están abandonando sus puestos? Bajemos un poco para verlo mejor.
El pilotó inclinó el ornitóptero y descendió como un escarabajo ominoso hacia la arena. Los hombres se agacharon, tosieron y sufrieron arcadas, mientras intentaban colocarse filtros sobre la cara. Dos cayeron sobre la arena. Otros retrocedieron a toda prisa hacia la factoría de especia.
–¡Traed el transportador! ¡Traed el transportador! –gritó alguien.
Todos los rastreadores informaron.
–No veo señales de gusanos.
–Todavía nada.
–Todo despejado por aquí.
–¿Por qué están evacuando? –preguntó el barón, como si el piloto lo supiera.
–¡Algo está pasando! –chilló el capitán–. ¿Dónde está el transportador? ¡Lo necesitamos ya!
La tierra osciló. Cuatro obreros cayeron de bruces en la arena antes dé llegar a la rampa de la factoría de especia.
–¡Mirad, mi señor! –El piloto señaló hacia abajo, con voz trémula de terror. Cuando el barón dejó de concentrarse en los hombres acobardados, vio que la arena temblaba alrededor del yacimiento, y vibraba como un parche de tambor golpeado.
El recolector de especia se ladeó y resbaló a un lado. Se abrió una grieta en la arena, y todo el yacimiento empezó a alzarse en el aire como una burbuja de gas en una olla de barro salusana hirviente.
–¡Larguémonos de aquí! –gritó el barón. El piloto le miró por una fracción de segundo, y el barón le propinó un revés en la mejilla con su mano izquierda, veloz como el rayo–. ¡Muévete!
El piloto aferró los mandos e inició el ascenso. Las alas articuladas batieron furiosamente.
Abajo, la burbuja subterránea alcanzó su apogeo y después estalló. El recolector de especia, las cuadrillas móviles y todo lo demás saltó por los aires. Una gigantesca explosión de arena se elevó hacia el cielo, arrastrando roca destrozada y la volátil especia anaranjada. La gigantesca factoría quedó hecha añicos, que quedaron dispersos como trapos perdidos en una tormenta de Coriolis.
–¿Qué demonios ha pasado?
Los oscuros ojos del barón se abrieron de par en par, incrédulos, al contemplar la magnitud del desastre. Toda la preciosa especia desaparecida, engullida en un instante. Todo el equipo destrozado. Apenas pensó en la pérdida de vidas, excepto por los gastos de adiestrar a las cuadrillas.
–¡Sujetaos, mi señor! –gritó el piloto. Sus nudillos se riñeron de blanco sobre los mandos.
Una potentísima ráfaga de viento les alcanzó. El ornitóptero acorazado invirtió su posición en el aire, mientras las alas se agitaban frenéticamente. Los motores zumbaron y gruñeron, al tiempo que intentaban mantener la estabilidad. Proyectiles de arena se estrellaron contra las portillas de plaz. Obstruidos por el polvo, los motores del ornitóptero carraspearon. El aparato perdió altitud y cayó hacia el revuelto estómago del desierto.
El piloto gritó palabras ininteligibles. El barón agarró sus protectores contra colisiones, y vio que la tierra se precipitaba hacia él como el tacón invertido de una bota, dispuesto a aplastar un insecto.
Como cabeza, de la Casa Harkonnen, siempre había pensado que moriría a manos de un asesino traidor... pero ser víctima de un desastre natural impredecible le resultó casi divertido.
Mientras caían, vio la arena abierta como una herida supurante. Las corrientes de convección y las reacciones químicas absorbían el polvo y la melange en bruto. La rica vena de especia de momentos antes se había transformado en una boca leprosa dispuesta a engullirlos.
Pero el piloto, que había parecido débil y distraído durante el vuelo, adoptó una rigidez total, debida a la concentración y la determinación. Sus dedos volaban sobre los mandos, con el fin de aprovechar las corrientes, cambiaba el flujo de un motor a otro para aliviar la estrangulación producida por el polvo en los tubos de recepción de aire.
Por fin, el ornitóptero se niveló, se estabilizó y voló a baja altura sobre la llanura de dunas. El piloto emitió un suspiro de alivio.
El barón vio sombras translúcidas relucientes en el gran desfiladero abierto en la arena, sombras similares a gusanos sobre una carcasa: truchas de arena que corrían hacia la explosión. No tardarían en acudir los gigantescos gusanos. Aquellos monstruos no resistirían la tentación.
Por más que lo intentaba, el barón no podía comprender la especia. Ni por asomo.
El ornitóptero ganó altitud y les condujo hacia los rastreadores y transportadores, que habían sido pillados por sorpresa. No habían conseguido recuperar la factoría de especia y su precioso cargamento antes de la explosión, y no podía culpar a nadie por ello. Sólo a él. El barón les había dado órdenes explícitas de mantenerse alejados.
–Acabas de salvar mi vida, piloto. ¿Cómo te llamas?
–Kyrubi, señor.
–Muy bien, Kyrubi. ¿Habías visto algo semejante? ¿Qué ha pasado ahí abajo? ¿Cuál ha sido la causa de la explosión?
El piloto respiró hondo.
–He oído a los Fremen hablar acerca de algo que llaman explosión de especia. –Ahora parecía una estatua, como si el terror le hubiera transformado en algo mucho más fuerte–. Ocurre en las profundidades del desierto, donde muy poca gente-puede presenciarlo.
–¿A quién le importa lo que digan los Fremen? –Su labio se curvó desdeñoso cuando pensó en los sucios nómadas indígenas del gran desierto–. Todos hemos oído hablar de explosiones de especia, pero nadie ha visto ninguna. Supersticiones estúpidas.
–Sí, pero las supersticiones suelen tener una base. Se han visto muchas cosas en el desierto.
El barón admiró al hombre por su determinación de hablar, aunque Kyrubi debía conocer su temperamento y espíritu vengativos. Tal vez sería prudente ascenderle...
–Dicen que un estallido de especia es una explosión química –continuó Kyrubi–, tal vez el resultado de una masa de preespecia bajo las arenas.
El barón pensó en la información recibida. No podía negar la evidencia de sus propios ojos. Algún día, quizá alguien descubriría la verdadera naturaleza de la melange y sería capaz de evitar desastres como éste. Hasta el momento, como la especia parecía inagotable para aquellos dispuestos a llevar a cabo el esfuerzo, nadie se había molestado en efectuar análisis detallados. ¿Para qué perder el tiempo en pruebas, cuando aguardaba una fortuna? El barón tenía el monopolio de Arrakis, pero era un monopolio basado en la ignorancia.
Apretó los dientes y comprendió que, en cuanto volviera a Carthag, se vería obligado a relajarse un poco, a liberar sus tensiones acumuladas mediante algunas "diversiones", tal vez con más vigor de lo imaginado. Esta vez tendría que encontrar a un candidato especial, en lugar de uno de sus amantes habituales, alguien a quien nunca más volvería a utilizar. Eso le libraría de trabas.
Ya no es preciso ocultar este yacimiento al emperador, pensó. Lo registrarían, como si fuera un hallazgo, y documentarían la destrucción de la cuadrilla y el equipo. Tampoco sería necesario manipular los registros. El viejo Elrood no se sentiría nada complacido, y la Casa Harkonnen debería asumir el revés económico.
Mientras el piloto daba media vuelta, los miembros supervivientes de la patrulla examinaban los daños sufridos, y más tarde informaron por el comunicador sobre la pérdida de hombres, equipo y carga de especia. El barón sintió bullir la rabia en su interior.
¡Maldito Arrakis! ¡Maldita sea la especia, y maldita sea nuestra dependencia de ella!

2 Comments:

Anonymous Anónimo said...

1) Si, me lei ese y varias otras precuelas de Dune.

2) Me lei 4 de los 6 Dune.

3) Lo que no lei es porque todavia no lo consegui.

4) La miniserie de Hallmark fue una garompa.

5) La pelicula de Lynch esta wena, pero deformo bastante, y ya esta out con los efectos.

6) Slds.

Aguijonmagico.

2:15 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

1) Si, me lei ese y varias otras precuelas de Dune.

2) Me lei 4 de los 6 Dune.

3) Lo que no lei es porque todavia no lo consegui.

4) La miniserie de Hallmark fue una garompa.

5) La pelicula de Lynch esta wena, pero deformo bastante, y ya esta out con los efectos.

6) Slds.

Aguijonmagico.

2:15 p. m.  

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